Hay narcopolítica pública y privada - Página/12, 24 de octubre de 2014
EL MUNDO › REPORTAJE SOBRE LA CRISIS MEXICANA AL
HISTORIADOR RODRIGUEZ KURI
La matanza de Ayotzinapa se descargó sobre una
fuerte tradición social mexicana, la de los estudiantes de magisterio. Su
relación con el mundo rural. Los problemas de la penetración de los narcos. Los
desafíos para el PRI y para el PRD.
Por Martín
Granovsky
Investigador del Centro de Estudios Históricos del
prestigioso Colegio de México, Ariel Rodríguez Kuri dialogó telefónicamente con
Página/12 sobre los efectos de la matanza y la desaparición de estudiantes de
magisterio de Ayotzinapa y la crisis del municipio de Iguala con su alcaldía
colonizada por los narcos y su alcalde José Abarca prófugo de la Justicia.
–¿México vive una situación de Estado narco o de
narcopolítica?
–La masacre de Ayotzinapa es una de las muestras de
que los poderes locales están copados, ya sea por la pura violencia de grupos
delincuenciales o por otros métodos de connivencia que incluyen el soborno y
las dádivas económicas. Sí hay un problema de narcopolítica y es probable que
no incluya sólo a los poderes públicos, al Estado, sino a la esfera privada.
Hay una denuncia contra Banamex, del grupo Citi, donde en los procesos contra
el Chapo Guzmán, el jefe narco, descubrieron que había también personal de
seguridad del banco involucrado. Esto fue denunciado por la propia matriz
estadounidense. Por eso hablo de narcopolítica: el narco va permeando las
esferas públicas y las privadas.
–¿Se puede saber hasta qué punto el narco permeó
las distintas instancias del Estado?
–Tenemos muy claro que sí se estuvo colonizando el
poder del Estado a nivel local. No hay una investigación seria para saber si
tocó al gobierno federal. Pero ya sabemos que sí tocó al ejército y a las
policías federales. Por lo tanto hay un problema muy delicado. También hablo de
narcopolítica por la violencia y la impunidad que muestran los criminales en el
caso de Iguala. Los narcos están penetrando a los actores de la vida pública
mexicana, como los partidos políticos.
–Amnistía Internacional dijo que se trata de una
catástrofe anunciada y evitable.
–Sí, y no sólo por lo que dijo Amnesty, sino por
los procedimientos para combatir la narcopolítica. Haber colocado al ejército
en función de policía tornó muy vulnerable la vida cotidiana de muchas personas
y la vida del propio ejército, porque en este caso cambia lo que debe y puede
hacer. Fue una discusión intensa entre 2006 y 2008 en México.
–En estos días la escritora Elena Poniatowska
recordó la masacre de Tlatelolco en 1968.
–Me andaría con cuidado en la comparación con 1968.
Aquélla fue una confrontación sin mediaciones entre un conjunto de estudiantes
que demandaba libertades civiles con fuerzas formales o irregulares del Estado.
No hubo ni siquiera algo tan malo como lo de hoy, por su extensión, ni en los
peores años del macartismo en México, que por cierto fue horroroso pero que no
llegó a los niveles alcanzados en otros países. Lo de ahora es más difícil de
caracterizar porque insisto en que la narcopolítica permea todo: Estados,
empresas, etcétera. Pero trazar una línea sin información precisa en cada caso
es difícil y puede generar psicosis sobre la penetración de la narcopolítica.
Uno de los problemas de la impunidad es que convierte en sospechoso a todo el
mundo. Si continúa la impunidad, no quedarán a salvo ni políticos, ni
empresarios, ni movimientos de protesta social. Y entonces habrá aparecido en
la sociedad mexicana un arma con dos funciones: disuadir primero y reprimir
después. En los últimos días aparecieron mapas sobre lo que algunos llaman el
Triángulo de las Bermudas, por la desaparición de personas, sobre todo de varones
y jóvenes. También sucede en Michoacán y Jalisco. Y aumenta.
–¿Hay cifras precisas? Leí que pueden ser más de 20
mil los desaparecidos.
–Es que hay los que desaparecen y no dejan rastro
hasta que otro hecho lleva al desenterramiento de las fosas. No sabemos cuántas
fosas hay en México ni cuántos desaparecidos hay. En estos momentos el
pesimismo nacional es muy profundo y la pregunta es si el país se está
convirtiendo en una fosa.
–¿Qué efecto político genera ese pesimismo sobre el
gobierno de Enrique Peña Nieto?
–La repercusión sobre el gobierno nacional estaba
fuera de los planes del presidente. No imaginó que un día debería argumentar
que en México sí se puede invertir. Es un problema mayúsculo y recién va apenas
por el tercer año de gobierno. Las crisis de esta magnitud son al sexto año.
Recordemos el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el levantamiento zapatista.
–Los dos hechos son de 1994.
–El último año de Carlos Salinas de Gortari. En esa
época se incubó también la crisis económica de 1995. Veremos qué sucede hoy con
esta crisis, porque le pegó a Peña Nieto en la línea de flotación.
–¿Por qué justo en el Estado de Guerrero?
–Guerrero tiene sus particularidades. Es el espacio
del mayor brote guerrillero rural en México en la segunda posguerra. Son
guerrillas campesinas. Genaro Vázquez y Lucio Cabañas eran profesores
normalistas. Primero fueron cercados al PRI y luego se fueron radicalizando
tanto por el no cumplimiento de demandas gremiales como por la represión.
Estamos en presencia de maestros rurales. El primer brote de foquismo,
Chihuahua, también fue dirigido por profesores normalistas. El normalismo es un
producto directo de la revolución. Es un agente civilizador. Se buscaba formar
para enseñar y formar para formar. Creo no violentar la historia si hablamos de
una genealogía del normalismo en México, un fenómeno que tiene un peso
espectacular en la política nacional.
–¿Por qué la relación entre el normalismo y las
guerrillas rurales o los reclamos campesinos?
–En México entre el 25 y el 30 por ciento de la
población vive en comunidades de menos de cinco mil habitantes, naturalmente
relacionadas con el campo. A pesar de que la contribución en el PBI no supere
el 5 o 6 por ciento, la incidencia demográfica, y por lo tanto simbólica, es muy
importante.
–Ayotzinapa no pasa de los dos mil habitantes.
–Y es representativa de una proporción considerable
de la población, que todavía en México se mide en millones y millones de
personas. Sé que es un hecho atípico en la región y a veces por eso conviene
explicarlo bien en el resto de América latina.
–El gobierno de Peña Nieto comenzó con pactos.
¿Haría falta un nuevo pacto contra la narcopolítica?
–Le contesto con un ejemplo de lo que haría falta
en México. El jefe de gobierno del Distrito Federal propuso en mayo un aumento
del salario mínimo. Pasar de los 67 pesos mexicanos (cinco dólares) a 83
(siete) en un país que tiene el menor salario mínimo de América latina. Y
desató una Jihad entre los economistas ortodoxos de este país, que son hegemónicos,
sobre todo por acto reflejo en los economistas vinculados al sector bancario.
El menemismo en México está fuerte en los aparatos financieros. Por eso la
guerra santa contra el aumento del salario mínimo. Claro, tanto conflicto
convirtió el tema en un gran asunto nacional. Y generó discusiones. ¿Hace falta
un nuevo pacto que esta vez tenga un gran alcance social? Un nuevo pacto,
entonces, no sólo tiene que pasar por un aumento del ingreso de los siete
millones de trabajadores que reciben el salario mínimo, sino por la dignidad
del trabajo. Pero, ¿cómo se hace si sólo discutir el ingreso genera una
hecatombe? En México las sesiones de la Corte Suprema son públicas, pero las de
la Comisión Nacional del Salario Mínimo son secretas. Un secreto para pactar aumentos
de uno, dos o tres pesos... Es necesaria una reforma social que tiene que ver
con el mundo del trabajo. Si no, no habrá incentivos para el trabajo legal,
cuando además hay sicarios que matan por cinco o seis mil pesos al mes. El
crimen organizado se aprovecha de la gente y le da un AK-47 para que asesine.
Por eso es imprescindible un nuevo pacto social y no sólo un pacto político que
encare reformas puramente políticas, por más importantes que sean.
–¿Cuál sería la base de un pacto social?
–Es obvio que hay que ir a las calles, a las
rancherías, y darle esperanza a la gente, porque el asunto se está saliendo de
cauce. Hay una violencia latente que no es sólo por el crimen organizado. Hasta
las propias clases medias están en una situación extraña. Hoy tienen una
angustia nueva: qué pasará con los muchachos que están en la educación
secundaria, porque no pueden con las cuotas y el consumo los endeuda. El debate
apunta a la construcción de futuros más o menos estructurados que tienen que
ver con ingresos dignos incluso para las clases medias de profesionales
liberales o free-lance. Ya la clase media echa humo. O el gobierno propone el
nuevo pacto social o se está metiendo en una bronca muy grande. Y las famosas
reformas estructurales que buscan desregular y privatizar todo, lo sabemos, son
una adicción.
–¿En qué sentido una adicción?
–Avanzan y avanzan y siempre terminan no siendo
suficientes. ¿De qué reformas estructurales hablan si ya están entrando al país
las grandes corporaciones y el Estado no es capaz de controlar a un jefe
municipal y a un grupo de matones que sobornan y matan? Y la gran petrolera,
¿será neutra políticamente? ¿Y las fuerzas armadas? ¿Tienen alguna doctrina?
Yo, por supuesto, esperaría que tuvieran una doctrina democrática y no estoy
convocando a ninguna guerra. Pero hoy no tienen ninguna doctrina de defensa.
Cuando se celebraron los acuerdos comerciales de integración con Estados Unidos
se terminó la doctrina. Ahora, ¿qué pasaría si el Tea Party ganara? Ese grupo
es tan antimexicano y tan antiinmigratorio que cerraría la frontera en la
primera semana de gobierno. ¿Y qué haría México? ¿Alguien lo pensó? Hay tantas
cosas a resolver... Por supuesto que el narco puso y pone dinero en las
elecciones. La cuenta pendiente de Peña Nieto es la política anticorrupción y
quedó en nada. Los asesinatos de Iguala cambiaron el tono de toda la
administración. Obligaron a Peña Nieto a redefinir escenarios y a ocuparse de
la política interna con la necesidad de ocuparse de realidades distintas.
martin.granovsky@gmail.com
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