El “populismo” y la exacerbación de las contradicciones. Por Rafael Cuevas Molina
Un tema esgrimido recurrentemente por quienes han calificado de “populistas” a los gobiernos nacionales y progresistas latinoamericanos de los últimos veinte años, es que "los populistas" crean contradicciones entre distintos grupos sociales, polarizan a la sociedad y enfrentan a unos grupos contra otros.
El
argumento central sostiene que los discursos radicales de quienes dirigen los
procesos, las políticas sociales que empoderan económica y políticamente a
grupos que suben en la escala social, o ideas de igualitarismo en sociedades
tradicionalmente muy desiguales, son las causantes de esta situación.
Ansían
volver a un estado de cosas en el que argumentan que se vivía en paz, cada
quien en su sitio, sin ambiciones desmedidas ni reclamos desproporcionados; sin
que las turbas, aquellas que Tomás Borge catalogó de “divinas” en la Nicaragua
revolucionaria de los años ochenta, estuvieran tan constante y beligerantemente
presentes en el panorama político.
Esta
situación, que catalogan de caótica, debe desaparecer, argumentan, para volver
a vivir todos como hermanos, queriéndose mucho, para que la sociedad, normalizada,
viva en paz y logre progresar, ir hacia delante, crecer y florecer.
Es
este un argumento falaz y apócrifo. En primer lugar, porque nuestras sociedades
jamás estuvieron en un estado de paz beatífica; todo lo contrario, si algo las
caracterizó siempre fue la confrontación, en algunos casos exacerbada, como
esos años que precedieron los gobiernos de Kirchner en Argentina, cuando
después del quiebre del 2002 las manifestaciones en todo el país clamaban por
que se fueran todos; los que vieron como caían un gobierno tras otro en Bolivia
y Ecuador; o los del caracazo en Venezuela, solo para mencionar algunos hechos.
En
segundo lugar, los gobiernos nacionales y populares no han creado ninguna
contradicción nueva, aunque sí las han evidenciado, expuesto a la luz del día;
le han dado voz a quienes tradicionalmente nunca la tuvieron, y los que siempre
la tuvieron la oyen como estentórea, disonante y fuera de lugar. No se trata de
que antes no se reclamara y ahora sí, sino que ahora sí se oye el reclamo y se
le pone atención.
Quienes
polarizan la lucha política por no estar de acuerdo con este estado de cosas
son los que siempre tuvieron la sartén por el mango, y ponen el grito en el
cielo cuando son otros los que tienen la posibilidad de tenerlo.
Hay,
efectivamente, un mundo más convulso, en el que se ha hecho evidente lo que
estaba subyacente, lo que existía pero no se manifestaba en toda su plenitud.
Las causantes de esta situación de convulsión, reclamo y beligerancia son las
reformas neoliberales que, ellas sí, llevan casi cuarenta años agudizando la
desigualdad no solo en América Latina sino en todo el mundo. Lo polarizante no
es la respuesta, el “basta” expresado de múltiples formas en muchas partes,
sino el estado de cosas que las causa.
Lo
mismo sucede en los Estados Unidos y -por su influencia global- en todo el
mundo, después de la elección de Donald Trump en los Estados Unidos. Aquí, la
evidenciación de las contradicciones sucede por la llegada al poder del signo
contrario, no el polo democratizador e igualador, sino el que discrimina y
segrega.
¿Ha
creado Donald Trump las contradicciones racistas, misóginas y xenófobas de las
que hace gala? No. Pero él las evidencia, las saca a flote, las pone en primer
plano y nos las muestra, provocando reacción.
Las
tradicionales clases dominantes les tienen terror a estos estados de
efervescencia social en lo que puede pasar cualquier cosa. Tal como está el
mundo, organizado para que ellos ganen y los demás hagamos chitón, es lo que
les conviene.
En
el caso de Trump su temor es que la reacción a lo que hace lo arrase a él, y a
ellos de carambola.
Publicado en Con Nuestra America - Sábado 11 de febrero de 2017
Publicado en Con Nuestra America - Sábado 11 de febrero de 2017
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