El mercader de Venecia de William Shakespeare - Obras de Teatro para descargar
(…)
ANTONIO.- En verdad, ignoro por qué estoy tan triste. Me inquieta. Decís que a
vosotros os inquieta también; pero cómo he adquirido esta tristeza, tropezado o
encontrado con ella, de qué substancia se compone, de dónde proviene, es lo que
no acierto a explicarme. Y me ha vuelto tan pobre de espíritu, que me cuesta
gran trabajo reconocerme.
SALARINO.-
Vuestra imaginación se bambolea en el océano, donde vuestros enormes galeones,
con las velas infladas majestuosamente, como señores ricos y burgueses de las
olas, o, si lo preferís, como palacios móviles del mar, contemplan desde lo
alto de su grandeza la gente menuda de las pequeñas naves mercantes, que se
inclinan y les hacen la reverencia cuando se deslizan por sus costados con sus
alas tejidas.
SALANIO.-
Creedme, señor; si yo corriera semejantes riesgos, la mayor parte de mis
afecciones se hallaría lejos de aquí, en compañía de mis esperanzas. Estaría de
continuo lanzando pajas al aire para saber de dónde viene el viento. Tendría
siempre la nariz pegada a las cartas marinas para buscar en ellas la situación
de los puertos, muelles y radas; y todas las cosas que pudieran hacerme temer
un accidente para mis cargamentos me
pondrían indudablemente triste. (…)
Comentarios
Publicar un comentario