Manifiesto Russell-Einstein - Declaración sobre armas nucleares
Manifiesto
Russell-Einstein
Declaración
sobre armas nucleares
Comunicado a
la prensa en Caxton Hall, Londres, 9 de julio de 1955
La declaración que se acompaña, que ha sido firmada
por algunas de las más eminentes autoridades científicas en diferentes partes
del mundo, trata de los peligros de una guerra nuclear. Se deja en claro que
ninguna de las partes puede aspirar a la victoria en esa guerra, y que existe
un peligro muy real de exterminación de la raza humana por el polvo y la lluvia
de las nubes radio-activas. Se sugiere que ni el público ni los Gobiernos del
mundo son suficientemente conscientes del peligro. Señala que un acuerdo de
prohibición de las armas nucleares, si bien podría ser útil para disminuir la
tensión, no ofrecería una solución, ya que dichas armas serían sin duda
fabricadas y utilizadas en una gran guerra, a pesar de los acuerdos previos en
sentido contrario. La única esperanza para la humanidad es evitar la guerra.
Esta declaración tiene como propósito reclamar un modo de pensar que haga
posible ese objetivo.
La primera iniciativa vino de una colaboración entre
Einstein y yo mismo. La firma de Einstein la puso en su última semana de vida.
Desde su muerte la he trasladado a hombres de competencia científica tanto del
Este como del Oeste, pues los desacuerdos políticos no deberían influir en los
hombres de ciencia en la estimación de lo que es probable, pero algunos de
estos acercamientos aún no han tenido respuesta. Estoy trasladando la
advertencia pronunciada por los firmantes al conocimiento de todos los
Gobiernos poderosos del mundo con la sincera esperanza de que puedan llegar a
un acuerdo que permita sobrevivir a sus ciudadanos.
Bertrand Russell
Carta a los
Jefes de Estado
Estimado...
Adjunto una declaración, firmada por algunas de las más eminentes autoridades científicas sobre la guerra nuclear, señalando el peligro de desastre total e irrecuperable que existiría de producirse tal guerra, y la consiguiente necesidad de encontrar alguna otra manera que la guerra para que puedan resolverse las disputas internacionales. Mi sincera esperanza es que usted ofrezca expresión pública de su opinión sobre el problema objeto de la presente declaración, que es el más grave que jamás haya enfrentado la raza humana.
Adjunto una declaración, firmada por algunas de las más eminentes autoridades científicas sobre la guerra nuclear, señalando el peligro de desastre total e irrecuperable que existiría de producirse tal guerra, y la consiguiente necesidad de encontrar alguna otra manera que la guerra para que puedan resolverse las disputas internacionales. Mi sincera esperanza es que usted ofrezca expresión pública de su opinión sobre el problema objeto de la presente declaración, que es el más grave que jamás haya enfrentado la raza humana.
Su seguro servidor, Bertrand Russell
En la trágica situación que enfrenta la humanidad,
creemos que los científicos deben reunirse en conferencia para evaluar los
peligros que han surgido como consecuencia del desarrollo de armas de
destrucción masiva, y para discutir una resolución en el espíritu del borrador
adjunto.
Estamos hablando en esta ocasión, no como miembros
de esta u otra nación, continente, o credo, sino como seres humanos, miembros
de la especie Hombre, cuya existencia continuada está en duda. El mundo está
lleno de conflictos; y, por encima de todos los conflictos menores, la lucha
titánica entre Comunismo y Anticomunismo.
Casi todo quien es políticamente consciente tiene
profundos sentimientos sobre uno o más de estos asuntos; pero queremos que
ustedes, si pueden, aparten esos sentimientos y se consideren sólo como
miembros de una especie biológica que ha tenido una notable historia, y cuya
desaparición, ninguno de nosotros puede desear.
Debemos procurar no decir ni una palabra que pueda
atraer a un grupo más que a otro. Todos, igualmente, están en peligro, y, si se
entiende el peligro, existe la esperanza de que podamos evitarlo
colectivamente.
Tenemos que aprender a pensar de nueva manera.
Tenemos que aprender a preguntarnos, no sobre las medidas que deben tomarse
para asegurar la victoria militar de cualquier grupo que prefiramos, pues ya no
existen tales pasos; la cuestión que nos debemos formular es: ¿qué medidas
deben adoptarse para evitar una contienda militar cuyo resultado será
desastroso para todas las partes?
El público en general, incluso muchos hombres en
puestos de autoridad, no han imaginado lo que supondría verse envueltos en una
guerra con bombas nucleares. El público en general aún piensa en términos de
destrucción de ciudades. Se entiende que las nuevas bombas son más poderosas
que las antiguas, y que, mientras una bomba-A pudo arrasar Hiroshima, una
bomba-H podría destruir las más grandes ciudades, como Londres, Nueva York y
Moscú.
No cabe duda de que en una guerra con bombas-H las
grandes ciudades quedarían aniquiladas. Pero ese sería uno de los desastres
menores a los que nos tendríamos que enfrentar. Si todos en Londres, Nueva York
y Moscú fueran exterminados, el mundo podría, al cabo de unos pocos siglos,
recuperarse del golpe. Pero ahora sabemos, especialmente tras la prueba de
Bikini, que las bombas nucleares pueden expandir gradualmente su destrucción
sobre una superficie mucho más amplia de lo que se había pensado.
Se asegura con excelente autoridad que puede
fabricarse ahora una bomba que sería 2.500 veces más potente que la que
destruyó Hiroshima. Tal bomba, si explotara cerca de la superficie o bajo el
agua, enviaría partículas radiactivas a la capa superior del aire. Descenderían
gradualmente e irían llegando a la superficie de la tierra como mortífero polvo
o lluvia. Ese polvo fue el que afectó a los pescadores japoneses y a los peces
que capturaron. Nadie conoce la amplitud con la que podrían esparcirse esas
letales partículas radio-activas, pero las mejores autoridades son unánimes al
decir que una guerra con bombas-H podría posiblemente señalar el final de la
raza humana. Se teme que de utilizarse muchas bombas-H habría una muerte
universal, inmediata sólo para una minoría, pero para la mayoría en lenta
tortura de enfermedad y desintegración.
Se han formulado muchas advertencias por eminentes
científicos y por autoridades en estrategia militar. Ninguno de ellos dirá que
pueden asegurarse las peores expectativas. Lo que dicen es que tales resultados
son posibles, y nadie puede tener la seguridad de que no se hagan realidad. No
hemos encontrado aún que las opiniones de los expertos en estos asuntos
dependan en ningún grado de sus posiciones políticas o prejuicios. Sólo
dependen, hasta donde nuestras investigaciones han revelado, del grado de
conocimiento de cada experto en particular. Hemos descubierto que los hombres
que más saben son los más sombríos.
Aquí está, entonces, el problema que presentamos,
crudo, horrible e ineludible: ¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá
renunciar la humanidad a la guerra? La gente no se plantea esta alternativa
porque es muy difícil abolir la guerra.
La abolición de la guerra exigiría desagradables
limitaciones de la soberanía nacional. Pero lo que impide quizá comprender la
situación más que cualquier otra cosa es que el término «humanidad» suena vago
y abstracto. La gente apenas se imagina que el peligro es para ellos y sus
hijos y sus nietos, y no sólo para una humanidad vagamente aprehendida. Apenas
se imaginan que son ellos, individualmente, y aquellos que aman quienes están
en peligro inminente de perecer angustiosamente. Y por eso confían en que quizá
deba permitirse que la guerra continúe siempre que sean prohibidas las armas
modernas.
Esta esperanza es ilusoria. Cualesquiera acuerdos
que se alcancen en tiempos de paz para no utilizar bombas-H, no se tendrán por
obligatorios en tiempos de guerra, y ambas partes se pondrán a trabajar para
fabricar bombas-H en cuanto estalle la guerra, porque si un bando fabricase
bombas y el otro no lo hiciera, quien las fabricase resultaría inevitablemente
victorioso.
Aunque un acuerdo para renunciar a las armas
nucleares como parte de una reducción general de armamentos no equivalga a una
solución definitiva, serviría para ciertos objetivos importantes. En primer
lugar, cualquier acuerdo entre el Este y el Oeste será bueno en la medida en
que tienda a disminuir la tensión. En segundo lugar, la abolición de armas
termo-nucleares, si cada parte creyera que la otra la cumple con sinceridad,
disminuiría el temor de un ataque repentino al estilo de Pearl Harbour, que en
la actualidad mantiene a ambas partes en un estado de aprehensión nerviosa.
Debemos, por tanto, dar la bienvenida a un acuerdo, aunque sólo sea como un
primer paso.
La mayoría de nosotros no somos neutrales en los
sentimientos, pero, como seres humanos, tenemos que recordar que, si las
cuestiones entre el Este y el Oeste deben decidirse de forma que den alguna
posible satisfacción a cualquiera, sea comunista o anticomunista, sea asiático,
europeo o norteamericano; sea blanco o negro, tales cuestiones no deben
decidirse por la guerra. Debemos desear que se entienda esto, tanto en el Este
como en el Oeste.
Tenemos ante nosotros, si queremos, un progreso
continuo en felicidad, conocimiento y sabiduría. ¿Elegiremos en cambio la
muerte, porque no podemos olvidar nuestras disputas? Hacemos un llamamiento
como seres humanos a seres humanos: recordar vuestra humanidad, y olvidar el
resto. Si podéis hacerlo, está abierto el camino hacia un nuevo Paraíso; si no
podéis, se muestra ante vosotros el riesgo de la muerte universal.
Resolución:
Invitamos a este Congreso, y a través suyo a los
científicos del mundo y al público en general, a suscribir la siguiente
resolución:
«Ante el hecho de que en cualquier futura guerra
mundial se emplearían con certeza armas nucleares, y que tales armas amenazan
la continuidad de la humanidad, instamos a los gobiernos del mundo para que
entiendan, y reconozcan públicamente, que sus propósitos no podrán lograrse
mediante una guerra mundial, y les instamos, en consecuencia, a encontrar
medios pacíficos que resuelvan todos los asuntos de disputa entre ellos.»
Max Born
Percy W. Bridgman
Alberto Einstein
Leopoldo Infeld
Federico Joliot-Curie
Germán J. Muller
Lino Pauling
Cecilio F. Powell
José Rotblat
Beltrán Russell
Hideki Yukawa
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